inmersos en el silencio
a causa de ese jueguito que luego odiaste, donde ganaba quien duraba más sin hablar.
yo podría jugar dos mil vidas, pienso.
entregados a la brisa de la altura y al sin sentido, de pronto estamos a ojos cerrados, soltando el silencio para ser atropellados por el estruendo de la realidad.
bajamos del cerro a la ciudad con los ojos chinos, la boca seca y los cuerpos ligeros;
mochilas y bolsillos vacíos de pretensión.
no nos pesan planes, no nos pesan intenciones.
perdiste el juego del silencio cuando recordaste la colita que olvidamos sobre el árbol. no importó volver a él.
retomamos el sendero hacia el asfalto y percibo que no tenemos ganas de volver.
tampoco intenciones de llegar.
no nos pesan planes, no nos pesan intenciones.
perdiste el juego del silencio cuando recordaste la colita que olvidamos sobre el árbol. no importó volver a él.
retomamos el sendero hacia el asfalto y percibo que no tenemos ganas de volver.
tampoco intenciones de llegar.
sólo dejarse ir.
cualquier lugar podría ser nuestro hogar.
una banca nos encuentra frente a un escenario improvisado de murga y las cervezas aún se mantienen frías.
encontramos nuestro hogar.
la temporalidad está rota y no importa, mi mochila está rota y no importa, mis emociones estuvieron rotas y lo seguirán estando, pero son sólo fracciones de tiempo inevitablemente rendidas al recuerdo.
no tenemos donde llegar y no importa. y tampoco me importaría quebrar mi espíritu de nuevo mientras vuelvo a caer al vacío.
en tanto la sensación agradable me acompañaba, asoma su imágen y la mía tendidos, estáticos, agotados, sin voluntad, vacíos de asombro.
cercanos y desconocidos. conocidos y lejanos.
jamás sincronizados, sin proyección más que la usual danza rutinaria que nos veía ir y volver, odiandonos y besandonos. separándonos y tirando cuando el miedo nos calentaba.
contigo no hubo árbol, no hubo cerro abajo ni tampoco noche esperándonos.
ya no había sorpresa ni deseo.
sólo quedaba el miedo.
tú nunca te cansaste, realmente.
un borrachito interrumpe tu recuerdo ofreciéndome bailar una cumbia que sólo él escucha.
sólo se cansa el que lo intenta, pienso.
no tengo un donde ir y ya no importas
una banca nos encuentra frente a un escenario improvisado de murga y las cervezas aún se mantienen frías.
encontramos nuestro hogar.
la temporalidad está rota y no importa, mi mochila está rota y no importa, mis emociones estuvieron rotas y lo seguirán estando, pero son sólo fracciones de tiempo inevitablemente rendidas al recuerdo.
no tenemos donde llegar y no importa. y tampoco me importaría quebrar mi espíritu de nuevo mientras vuelvo a caer al vacío.
en tanto la sensación agradable me acompañaba, asoma su imágen y la mía tendidos, estáticos, agotados, sin voluntad, vacíos de asombro.
cercanos y desconocidos. conocidos y lejanos.
jamás sincronizados, sin proyección más que la usual danza rutinaria que nos veía ir y volver, odiandonos y besandonos. separándonos y tirando cuando el miedo nos calentaba.
contigo no hubo árbol, no hubo cerro abajo ni tampoco noche esperándonos.
ya no había sorpresa ni deseo.
sólo quedaba el miedo.
tú nunca te cansaste, realmente.
un borrachito interrumpe tu recuerdo ofreciéndome bailar una cumbia que sólo él escucha.
sólo se cansa el que lo intenta, pienso.
no tengo un donde ir y ya no importas